Por Claudia Schiappa-Pietra
El desarrollo humano
alcanza hitos fundamentales en los primeros años de vida, siento las
competencias y experiencias tempranas las que generan mayor impacto en cuanto a
la adquisición de habilidades emocionales.
Cada vez más cobra
importancia concebir a las personas de forma integrada sin priorizar solo el
desarrollo de habilidades cognitivas racionales y sin limitar la educación a la
mera transmisión de conocimientos. La educación emocional es de gran urgencia
en el siglo XXI, como respuesta a una grave carencia tanto en la escuela como
en la familia y que desencadena problemas de salud mental, por ello los altos
índices de violencia, vandalismo, depresión, estrés, ansiedad y conductas de
riesgo como alcoholismo, drogadicción, suicidios entre otros males que aquejan a
nuestra sociedad.
Las escuelas y los
educadores debemos coadyuvar en apoyo a las familias para la formación de
personas emocionalmente saludables y capaces de proyectarse hacia la felicidad.
Educar para el bienestar
emocional y la felicidad, también implica educar para enfrentar situaciones de
infelicidad con el fin de hacerlas llevaderas o soportables, desarrollando
competencias como la auto regulación emocional, la empatía, el control de
impulsividad, la tolerancia a la frustración, la resilencia, y la no
dependencia emocional, entre otras.
Integrar la
educación emocional como parte del currículum y promoverla tal como viene
haciéndolo países como Noruega, Austria, Alemania, Estados Unidos, España,
Argentina y Chile, con el fin de preparar a las personas para responder mejor a
los retos que plantea la vida, de cara a un futuro mejor.